EL ARTE DEL TERROR
El cine de
casas embrujadas/fantasmas/posesiones es un subgénero con mucha historia y
numerosos ejemplares, algunos inolvidables como El Exorcista, El Resplandor, La Llamada, Kairo, Poltergeist. Por
eso resulta cada vez más difícil que un film de ese tipo pueda sorprendernos
porque, al menos los espectadores mas experimentados, ya nos conocemos todos
los trucos. Los primeros veinte minutos de El
Conjuro nos llevan por un terreno que resulta muy conocido: una familia se
muda de la ciudad a una gran casa en una zona rural. Empiezan a suceder cosas
extrañas, ruidos y movimientos en la noche, sombras y voces desconocidas. Una
invisible presencia amenazadora se hace cada vez más evidente. Cuando las
perturbaciones llegan a un punto imposible de ignorar, acuden desesperados a un
matrimonio especialista en demonios y fantasmas (Vera Farmiga y Patrick Wilson)
que empiezan, cuando no, a investigar el pasado de la casa.
Como puede
verse, nada nuevo bajo el sol. Pero El
Conjuro tiene algo especial. Esta película representa la graduación del
director James Wan como un artesano del cine de terror.
Wan apareció
ante los ojos del mundo en el 2004 con El
Juego del Miedo, un muy buen film de terror, sangriento e ingenioso en sus
creaciones visuales, pero que terminó generando una serie de secuelas muy
inferiores que configuraron un subgénero hoy conocido como torture porn (terror de tortura), una variante escatológica mas
orientada a causar horror que terror y de la que inmediatamente aparecieron
muchas copias (la saga de Hostel por
ejemplo). Dejando de lado los cuestionamientos morales que pueden hacerse, el torture porn representa una de las
variantes mas burdas de un género cuya explotación indiscriminada ponen en
peligro su vigencia y valor artístico.
Wan continuó
dentro del género, con la excepción de Sentencia
de Muerte, un duro film de venganza protagonizado por Kevin Bacon que si
bien no se suscribe dentro del terror, el clima siniestro y una galería de
personajes terrorífica resuenan muy cercanos a sus cánones.
Luego, con La Noche del Demonio, logró un film de
posesiones demoniacas compuesto por muy buenos climas y algunas imágenes que
ponían la piel de gallina, aunque también cayendo en algunos lugares comunes.
Con El Conjuro Wan logra afinar sus
herramientas y combinar su ingenio para crear imágenes terroríficas con un
manejo preciso y sutil de los ambientes siniestros. Sin recurrir a los
utilizadísimos jump scares (esos
momentos donde algo aparece repentinamente y un golpe de la música nos hace
saltar del asiento). Su evidente amor por el género se ha convertido en
devoción. No es casual que este film transcurra en los ´70, una década donde el
cine de terror logró sus ejemplares más inquietantes y perturbadores. Wan logró
algo difícil, trasladar aquel espíritu al convulso y videoclipero panorama del
cine actual.
El Conjuro es una película que le hace
bien a este género cinematográfico porque retoma, con éxito, a la utilización
de sus herramientas más nobles.
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