agosto 25, 2013

TAXI DRIVER de Martin Scorsese





El hombre solitario de Dios


En los ’70 el cine norteamericano entró en uno de sus periodos más interesantes. El asesinato de Kennedy, la debacle de la guerra de Vietnam y otros sucesos traumáticos como la masacre  del clan Manson terminaron oscureciendo los años esperanzadores y optimistas que habían llegado luego de la victoria de los Aliados en la Segunda guerra mundial. Las certezas se convirtieron en dudas, y los costados más oscuros del sueño americano empezaron a mostrarse. Y el cine empezó a expresar los sentimientos de una sociedad en crisis con películas ambiguas, oscuras y moralmente inciertas, que exploraban los aspectos mas siniestros del ser humano, el gobierno, la religión, etc.

¿Quien golpea a mi puerta?


Desde su opera prima “¿Quién golpea a mi puerta?” (Who’s that knocking at my door?) de 1967 (primer protagónico del actor Harvey Keitel), Martin Scorsese ya había demostrado un profundo interés y una capacidad evidente para explorar la vida en su barrio, Little Italy en New York, de una forma casi documental pero simultáneamente con un uso intenso y artificions netamente cinematograficos de la cámara y la puesta en escena. Refinaría esta vertiente de su estilo en su tercer film “Calles salvajes” (Mean Streets, 1973), donde trabaja por primera vez con un muy joven Robert De Niro. 

Calles Salvajes
 
En ambos dedica su atención a las vidas de un grupo de veinteañeros, poniendo  énfasis en sus pulsiones sexuales, las relaciones tensas con su religión, la culpa, el orgullo masculino y la violencia proveniente de un entorno en el que se perciben los primeros indicios de la Mafia. Cuenta Martin en una entrevista que un día, siendo el muy joven, miró a través de su ventana y vió a dos hombres dándole una golpiza salvaje a un tercero, mientras que de la rockola de un bar cercano se escuchaba una suave balada de los ’60. El contraste entre esos dos elementos le causó una fuerte impresión. Así se generó una de las marcas del estilo Scorsese: combinar violencia con música romántica o ingenua produce un distanciamiento, convierte la imagen violenta en algo triste, aunque también pueda parecer divertido.



Haber realizado esas dos películas le dieron una preparación única para encargarse de llevar a la pantalla el guion de Paul Schrader sobre un taxista solitario que pierde gradualmente la razón. Y esto es porque una de las protagonistas del film es una Nueva York sucia y corrompida, donde nada es noble. Estamos hablando de una época del cine americano en la que aun no era muy común sacar la cámara a la calle, y el cine se producía mayoritariamente en sets de estudios.

Travis Bickle (DeNiro) es un veterano de la guerra de Vietnam que decide, ante su persistente insomnio, manejar un taxi en el horario nocturno. Recorremos con él y vemos a través de sus ojos una ciudad llena de violencia sin sentido, drogas, mafiosos, proxenetas y corrupción de menores.




Luego del fracaso de su incomodo intento de seducir a Betsy (una hermosísima Cybill Sheperd), Travis se aliena progresivamente y un sentimiento de frustración cada vez mas intensa se adueña de él. Resulta particularmente triste el momento en el que acude a Wizard, uno de los taxistas con más experiencia, para pedirle orientación: “No sé que me pasa… tengo algunas ideas malas en mi cabeza… quiero hacer algo”. Travis se da cuenta que esta enloqueciendo y no puede evitarlo. Y las palabras de poco vuelo de Wizard no sirven de nada.






Cuando conoce a Iris, una prostituta de 14 años (increíble papel de una precoz Jodie Foster)  explotada por un inescrupuloso cafishio (Keitel), se obsesiona con ella y se propone rescatarla de ese submundo a cualquier precio.

Scorsese saca el máximo provecho de la New York nocturna, generando climas de soledad y de un caos que amenaza con estallar en cualquier momento, crea algunas imágenes oníricas con el simple uso del foco y la lluvia, acompañado por la música de Bernard Hermann, transmitiendo el lento descenso hacia la locura de Travis. Es clave también el trabajo de De Niro, en una de sus mejores actuaciones contenidas y con gran economía de recursos. Una buena parte del merito es suyo. Por no hablar de Jodie Foster quien ya demostraba ser una niña prodigio.




El explosivo y catártico final, que aquí no voy a contar a favor de los insensatos que todavía no la vieron, y su estremecedor epilogo hacen que la película siga reverberando en nuestra mente. Sin estar seguros que posición adoptar ante lo que acabamos de ver. Así Martin Scorsese nos dio su primera obra maestra, y ese fue solo el comienzo.






SED DE MAL (Touch of Evil) de Orson Welles



Film Noir con mano maestra



Orson Welles fue uno de esos genios apabullantes y precoces que aparecen cada tanto en el mundo del arte. Hizo su primera película a los 24 años, y se trató nada menos que de “El Ciudadano Kane” (Citizen Kane, 1941), un clásico indiscutible que revolucionó el lenguaje cinematográfico y que aun hoy es considerado uno de los mejores diez films de la historia.

Pero podemos decir que su policial negro de 1958, “Sed de mal” (Touch of Evil), soporta el paso de los años aun mejor que su opera prima. 




Alguien pone una bomba en el baúl de un auto al que una pareja risueña se sube segundos después. Empiezan a circular por la calle atestada de gente. Entre ellos el Oficial de narcóticos mexicano Mike Vargas (Charlton Heston) y su flamante esposa (una hermosa Janet Leigh), que cruzan la frontera a EE.UU. para tomar un helado. El auto con la bomba se mantiene cerca de ellos durante unos segundos que se tornan insoportables, para luego estallar en suelo norteamericano. 




El hecho trae al Jefe de Policía Hank Quinlan (el mismo Welles) a investigar el caso. Vargas también se involucra en la investigación que se complicará al incluir narcotraficantes mexicanos, corrupción policial y guerra de poder y lealtades.

Welles utiliza la cámara con virtuosismo, la puesta en escena en forma barroca y vertiginosa, utilizando la profundidad de campo, esto sumado a la fotografía contrastada en blanco y negro y la música de Henry Mancini, genera un clima siniestro y fascinante.  





Pero lo que termina de convertir a esta película en una obra de arte son sus personajes: Welles le imprime un tono intimidante pero también trágico a su personaje. Heston logra imponerse gracias a su oficio y brillo personal. Leigh nos resulta tan encantadora que realmente nos preocupamos por ella cuando el peligro acecha. Y nos conmueve un personaje de menor importancia: Joseph Calleia interpretando a Menzies, un leal ayudante de Quinlan que cree fervientemente en el hasta que la cruda realidad se hace innegable y, con un visible dolor, decide hacer lo correcto.




Y finalmente tenemos a Marlene Dietrich, una mujer que conoció a Quinlan en épocas mejores. En cuyos ojos, llenos de sabiduría, aplomo y sensualidad, puede verse también cierta tristeza. Por la decadencia de Quinlan y la del mundo.

Y nadie dijo nunca mejor que ella la línea: “Te ves terrible, cariño”.

Es por algo que Dietrich es el personaje que cierra la película, la espectadora solitaria de la tragedia, que dice sobre su antiguo amante: “Era un buen hombre, pero un pésimo policía”.


THE MASTER de Paul Thomas Anderson




EL INVESTIGADOR

Al revisar la filmografía del guionista y director Paul Thomas Anderson, pueden diferenciarse dos claras etapas: la primera, compuesta por los films Hard Eight, Juegos de Placer, Magnolia y Embriagado de Amor, y una segunda que comenzó con Petróleo Sangriento y que continua ahora con The Master. La primera etapa puede describirse como el “periodo emotivo” de Anderson, donde sus películas eran montañas rusas emocionales pobladas por personajes con profundas necesidades afectivas, personajes solitarios en busca de amor, amistad, figuras paternas o maternas, a menudo cargando con mochilas del pasado y sus heridas. Con un uso de la cámara exhibicionista e intenso, al estilo de Martin Scorsese (lo que Buenos Muchachos es para la mafia, Juegos de Placer lo es para la industria del cine porno), Anderson creó personajes que atravesaban un infierno personal, pera finalmente alcanzar alguna forma de iluminación, encontrar una respuesta, o a esa otra persona que estaban buscando.




En esta segunda etapa, sus películas empezaron a dialogar con el espectador, en quien  Anderson busca como interlocutor. Ahora sus películas investigan por aproximación lo que podríamos llamar, un poco pomposamente, los misterios insondables del alma (la mente) humana. Esos mecanismos aparentemente irracionales que nos hacen sentir y actuar de la manera que lo hacemos.

Anderson explora apasionadamente, pero su exploración es principalmente intuitiva, lúdica, ya que la exploración meramente intelectual tiene sus límitaciones. Y cuenta con que el espectador sentirá la misma fascinación por esa búsqueda.



The Master transcurre en la década el ´50, cuando Freddie Quell (Joaquin Phoenix) regresa de la guerra e intenta incorporarse nuevamente a una vida normal. Pero Freddie, aun visiblemente dañado por, quizá, terribles experiencias en el campo de batalla, parece incapaz de mantener un trabajo y a pesar de su febril obsesión con el sexo, su comportamiento errático y autodestructivo le impiden relacionarse con las mujeres. El sufrimiento asordinado de Freddie (que Phoenix y Anderson transmiten de una manera casi puramente visual, sin lugares comunes ni subrayados innecesarios, pero que resulta autentico y escalofriante) no le permiten un acceso ni siquiera transitorio a la felicidad. Freddie parece gobernado por sus compulsiones. 



 
Entonces conoce a Lancaster Dodd (Phillip Seymour Hoffman), líder de una suerte de culto llamado La Causa. Hago un alto en este punto para hacer una aclaración, se ha referido muchas veces a este film como “la película sobre la cienciologia” (una controvertida religión que cuenta con varios adeptos notables en Hollywood, siendo Tom Cruise uno de los más famosos), aclaro de inmediato que, si bien Anderson pudo haberse inspirado en la obra de L. Ron Hubbard, no intenta aquí hacer una descripción, análisis o critica de la misma. Sus inquietudes tienen que ver con la posibilidad de lograr un nivel superior (¿mas espiritual?) de comprensión de los conflictos interiores del ser humano. 




Lancaster, si bien es un orador articulado, carismático y seductor, lleva adelante una verdadera búsqueda de respuestas, métodos y soluciones. Freddie se convierte en su paciente experimental y se forja entre ambos un vínculo que va mas allá del de doctor/paciente, una especie de interdependencia. Mary Sue, esposa de Lancaster, juega un rol importante en la iniciativa de su marido, y es en la relación entre ellos que vemos que él también tiene su propia guerra interior.




Anderson sigue demostrando una gran capacidad para conseguir actuaciones extraordinarias, y aunque este nuevo periodo lo trae mas árido e intelectual (que lo acerca un poco a la comparación con Stanley Kubrick), hay un factor que sigue siempre presente: la desesperación y el intento de terminar con ella, de encontrar respuestas, de resolver el rompecabezas.

Anderson, con su enorme talento, piensa ahora su cine como una investigación, y requiere de nosotros dos cosas: la curiosidad por la exploración y la no exigencia de pedirle todas las respuestas. Nos considera sinceramente espectadores inteligentes y preocupados, mientras nos entrega una gran obra cinematográfica.


EL CONJURO (The Conjuring) de James Wan





EL ARTE DEL TERROR



El cine de casas embrujadas/fantasmas/posesiones es un subgénero con mucha historia y numerosos ejemplares, algunos inolvidables como El Exorcista, El Resplandor, La Llamada, Kairo, Poltergeist. Por eso resulta cada vez más difícil que un film de ese tipo pueda sorprendernos porque, al menos los espectadores mas experimentados, ya nos conocemos todos los trucos. Los primeros veinte minutos de El Conjuro nos llevan por un terreno que resulta muy conocido: una familia se muda de la ciudad a una gran casa en una zona rural. Empiezan a suceder cosas extrañas, ruidos y movimientos en la noche, sombras y voces desconocidas. Una invisible presencia amenazadora se hace cada vez más evidente. Cuando las perturbaciones llegan a un punto imposible de ignorar, acuden desesperados a un matrimonio especialista en demonios y fantasmas (Vera Farmiga y Patrick Wilson) que empiezan, cuando no, a investigar el pasado de la casa.




Como puede verse, nada nuevo bajo el sol. Pero El Conjuro tiene algo especial. Esta película representa la graduación del director James Wan como un artesano del cine de terror.

Wan apareció ante los ojos del mundo en el 2004 con El Juego del Miedo, un muy buen film de terror, sangriento e ingenioso en sus creaciones visuales, pero que terminó generando una serie de secuelas muy inferiores que configuraron un subgénero hoy conocido como torture porn (terror de tortura), una variante escatológica mas orientada a causar horror que terror y de la que inmediatamente aparecieron muchas copias (la saga de Hostel por ejemplo). Dejando de lado los cuestionamientos morales que pueden hacerse, el torture porn representa una de las variantes mas burdas de un género cuya explotación indiscriminada ponen en peligro su vigencia y valor artístico.


Wan continuó dentro del género, con la excepción de Sentencia de Muerte, un duro film de venganza protagonizado por Kevin Bacon que si bien no se suscribe dentro del terror, el clima siniestro y una galería de personajes terrorífica resuenan muy cercanos a sus cánones.

Luego, con La Noche del Demonio, logró un film de posesiones demoniacas compuesto por muy buenos climas y algunas imágenes que ponían la piel de gallina, aunque también cayendo en algunos lugares comunes. 




Con El Conjuro Wan logra afinar sus herramientas y combinar su ingenio para crear imágenes terroríficas con un manejo preciso y sutil de los ambientes siniestros. Sin recurrir a los utilizadísimos jump scares (esos momentos donde algo aparece repentinamente y un golpe de la música nos hace saltar del asiento). Su evidente amor por el género se ha convertido en devoción. No es casual que este film transcurra en los ´70, una década donde el cine de terror logró sus ejemplares más inquietantes y perturbadores. Wan logró algo difícil, trasladar aquel espíritu al convulso y videoclipero panorama del cine actual.

El Conjuro es una película que le hace bien a este género cinematográfico porque retoma, con éxito, a la utilización de sus herramientas más nobles.